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Mensaje por tata Lun Nov 01, 2010 8:35 am

La prostitución, aquí, a plena luz

España es el país de la UE que más recurre al sexo de pago y donde menos se esconde - La tolerancia ha normalizado la percepción social del comercio sexual
Luces rojas, blancas o amarillas. Reclamos de neón con figuras de chicas exuberantes. Largas piernas. Voluptuosos labios. Las carreteras de salida de ciudades como Madrid, Valencia o Sevilla están plagadas de clubes donde se vende sexo. Donde uno puede tomarse una copa y acostarse con una chica (o no) por unos cuantos euros. Burdeles grandes o pequeños. Caros o baratos. La oferta es enorme. Pero tampoco hace falta irse al extrarradio, a la oscuridad de la salida de una autovía. En el centro de las ciudades abundan los burdeles y las zonas en las que las mujeres venden su cuerpo en plena calle y a la luz del día. Puede molestar o no, pero a nadie le extraña.
La prostitución, aquí, a plena luz Burdel_grande_Europa_Jonquera
En La Jonquera (Girona) se ha abierto el burdel más grande de Europa. Ayer detuvieron allí a cinco mujeres.- PERE DURÁN

España, donde la prostitución se mueve en el limbo de la alegalidad, es uno de los países europeos en los que la sociedad es más tolerante hacia este fenómeno. La oferta, además, ha ido aumentando en la última década debido fundamentalmente al crecimiento de la inmigración. En la actualidad, se calcula que hay alrededor de 300.000 meretrices ejerciendo, y sus clientes cada vez son más jóvenes, señal de que las nuevas generaciones observan el intercambio de sexo por dinero más lejos de los tabúes y más cerca de lo socialmente aceptado. Ejemplo para algunos de una forma de entender el ocio, la noche y la vida, y que para otros supone la manifestación de la doble moral católica y de la pervivencia de una sociedad patriarcal que aún contempla a la mujer como objeto; el resto de un tiempo donde la iniciación sexual de muchos hombres tenía lugar en burdeles.

Si se amplía la mirada -separando el foco del inevitable debate de si conviene regular o prohibir la prostitución, de si las mujeres que la ejercen lo hacen libremente o explotadas- y se pasea por la calle Montera de Madrid, a dos minutos de la Puerta del Sol, por el céntrico Raval de Barcelona o por cualquiera de los polígonos industriales donde las mujeres, llueva o truene, aguardan a los clientes, se percibe esa realidad (de aceptación o de ojos vendados, como se prefiera) en la que a muy pocos se les abre la boca de incredulidad ante el paisaje de minifaldas y escotes. La prostitución se observa bajo una lente de normalidad.

Los datos hablan por sí mismos. En España, el 39% de los hombres ha pagado por mantener relaciones sexuales a lo largo de su vida, según datos recogidos por la ONU en su informe Trata de personas hacia Europa con fines de explotación sexual. Nuestro país representa un "valor atípico" en Europa, analiza la ONU, frente a cifras mucho más bajas de otros lugares como Suecia (13%), Holanda (14%) o Suiza (19%). El dato, además, por muy alto que parezca, no es puntual. Según la última Encuesta Nacional sobre Salud Sexual elaborada por el Ministerio de Sanidad, un 32% de los hombres consultados declararon haber pagado alguna vez por sexo. El 4,6% lo había hecho en los últimos 12 meses.

Una radiografía que muestra que en España, a pesar de que no existe un barrio rojo en el que, como ocurre en Holanda, las mujeres se exponen tras vitrinas de cristal, la prostitución está más aceptada y es más visible que en otros países de su entorno. No es casualidad que hace poco se inaugurase en La Jonquera (Girona) -aunque en medio de una gran polémica- el burdel más grande de Europa. Lo que sí puede resultar inquietante, o cuanto menos curioso, es por qué un país de raíz católica tolera y visibiliza de esa forma algo que, teóricamente, es pecado. "Pues precisamente por ese catolicismo", contesta el historiador Jean Louis Guereña, autor del libro La prostitución en la España contemporánea (Marcial Pons, 2003).

De hecho, la Iglesia católica nunca ha sido adversaria de la prostitución. "Era observada como un mal social inevitable, pero como un mal menor. Para esta confesión, lo verdaderamente importante siempre ha sido la familia legítima", explica Guereña. Y la prostituta, al contrario que la amante, no ponía en peligro el matrimonio. "Una querida era observada en cierta manera como otra esposa, con el riesgo de que el marido abandonase su verdadera familia, pero muy pocos señores se casaban o fugaban con una prostituta. Los había, pero eran escasos", aclara el historiador.

Por el contrario, en los países de tradición evangélica ha primado y prevalecido la corriente abolicionista, de forma general en un principio, y con excepciones después, como es el caso de Alemania y Holanda, donde está legalizada. "Los protestantes tienen otra ética personal y social; y han buscado el ideal de protección de toda la comunidad, más que solo el de la familia", argumenta el sociólogo e historiador Jesús Puentes. Los evangélicos, que tradicionalmente han querido volver a la austeridad de os primeros cristianos, siempre han criticado la "vida disoluta" que llevaban los máximos representantes de la Iglesia católica a los que, hasta el Concilio de Trento (1545), se les permitía vivir en concubinato.

Así, en un país católico como España poco cuajaron los discursos abolicionistas que, defendidos por la inglesa y protestante Josephine Butler en el último cuarto del siglo XIX, sí encontraron seguidores en otros países de Europa. Y cuando las intenciones de prohibir esta actividad avanzaban, siempre terminaban por dar un paso atrás. El decreto que prohibía la prostitución adoptado por la II República en 1935 apenas pudo entrar en vigor por el inicio de la Guerra Civil, por ejemplo. Y en 1941, en plena dictadura franquista, los burdeles, cerrados durante la guerra, no solo volvieron a reabrirse sino que se oficializó la prostitución y se realizaban controles sanitarios a las meretrices. Pero España quería entrar en la ONU y fueron las presiones internacionales (Naciones Unidas había firmado un decreto abolicionista) las que motivaron el cierre de las mancebías en 1956.

"Desde entonces, y esencialmente a partir de la democracia, España conoce una situación de tolerancia pasiva hacia la prostitución", sostiene Guereña. "Podemos hablar de una cultura de la prostitución o al menos de su banalización e integración en las prácticas sociales de los varones. Lo que cualquiera puede observar hoy es la variedad de la oferta y su visibilidad, sea en clubes o locales de alterne de carretera o urbanos o en anuncios en prensa", asegura el historiador.

La socióloga italiana Licia Brussa, experta en estudios sobre la prostitución en Europa, también cree que en España este fenómeno es particularmente visible. "En otros países está, pero quizá no se vea tanto, o se limite a lugares más específicos y reducidos", dice. Brussa sabe de lo que habla, afincada en Holanda -un país donde la prostitución es legal y las prostitutas cotizan a la seguridad social- desde hace décadas, lleva mucho tiempo trabajando para Tampep, una asociación que defiende los derechos de las trabajadoras del sexo. Sostiene que la situación en España tiene mucho que ver con la tolerancia de las autoridades y con que las mujeres ejerzan una actividad que no está permitida ni prohibida.

Brussa también habla de cómo la doble moral católica ha contribuido a construir una realidad que percibe la prostitución como forma de placer inmediato. "La Iglesia siente que no molesta. Dicen 'como es la actividad más antigua del mundo y no podemos acabar con ella'...", afirma.

Ingredientes sociales, históricos y culturales que han contribuido a crear un caldo de cultivo en el que la prostitución se aprecia como algo cada vez más normal. Como una simple transacción rápida de sexo por dinero. Y al abrigo de esa percepción, crecen los jóvenes que la utilizan, o quienes frecuentan los burdeles solo para tomar una copa, o para celebrar un cumpleaños o una despedida de soltero. "No siempre para tener sexo", aclara Ruben C. L. Este funcionario de 35 años reconoce que acude "de vez en cuando" a clubes nocturnos con sus amigos. "Solemos ir porque cierran tarde o prácticamente no cierran, no son desagradables, te echas unas risas y quien quiere pues termina en la cama. No es obligatorio y no todos lo hacen", cuenta. "Además, si lo que quieres es solo sexo ahorras tiempo y el dinero que te cuesta invitar a copas a una chica con la que no quieres nada más que pasarlo bien un rato", añade. Economizan tiempo y sentimientos.

Así, y muestra del culmen de esa normalización, el perfil de cliente de la prostitución en España ha rejuvenecido progresivamente. La imagen de un cincuentón en busca de trato y sexo con una mujer, con la que cumplir sus fantasías en la cama o simplemente desfogarse, ya no es lo más común. Ahora el patrón de usuario o consumidor de prostitución es día a día más parecido a Rubén, o incluso más joven. En 1998 el cliente habitual era un varón casado y con cargas familiares, mayor de 40 años, según los estudios de la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención de la Mujer Prostituida (APRAMP). Hace tan solo cinco, nuevos estudios revelaban que la presencia de jóvenes de 20 había aumentado, y que la media de edad se situaba ya en los 30 años.

María del Río, vocal de Derechos Humanos de Médicos del Mundo, profesora de Derecho Penal en la Universidad Pública del País Vasco y experta en temas de prostitución, sostiene que ese cambio paulatino es fruto del germen de una realidad fundamentalmente cultural. "La española es aún una sociedad patriarcal. Se ve a la mujer como objeto de deseo y al hombre como deseante, y parece que la sexualidad de la mujer está al servicio de la los hombres", dice. "Aunque poco a poco se ha ido avanzando, conceptos machistas y patriarcales siguen muy presentes, y no disminuyen en la gente joven", agrega.

¿Qué se quiere terminar bien una cena de negocios? Pues unas copas en un local de alterne. ¿Qué se pretende agasajar a un cliente especial? Un paseíto por uno de los clubes más exclusivos de la ciudad. "Es una costumbre que viene de atrás. Hace muchas décadas ya que se asentó la costumbre de finalizar una cena o una comida en un burdel. Ya en los años veinte era muy habitual acudir a uno de estos locales, aunque fuera solo para jugar a los naipes", cuenta Guereña, que llama la atención sobre una realidad ciertamente impensable en otros países. "En Asturias, a 20 metros de uno de los mejores restaurantes del país hay un burdel. Y así funcionan no pocos ejecutivos: comida de negocios y luego invitan al club", dice.

Brussa, desde Holanda, no lo ve extraño. Sostiene que la prostitución puede ser una forma más de ocio. Y ese es uno de los motivos, añade, de que en un país como España, en el que el ocio está en la calle, se sale mucho y hay un bar en cada esquina, y donde la vida nocturna tiene mucha agitación, sea tan visible y esté tan normalizado. Del Río, sin embargo, lo ve como una forma de violencia de género: "Las personas en una situación débil acaban siendo mercantilizadas", dice- y critica la procacidad con la que se muestra y desarrolla.

Marta Fernández, coordinadora de la ONG Proyecto Esperanza, que trabaja con mujeres víctimas de la trata de seres humanos, se muestra preocupada ante el rejuvenecimiento del cliente y por cómo esa tolerancia hacia el fenómeno de la prostitución puede ocultar la realidad que viven muchas víctimas de la explotación sexual. "Falta concienciación. Los clientes que contratan servicios sexuales no son conscientes de que muchas de esas mujeres, no digo todas, pero sí muchas, pueden ser víctimas de trata. De que no están tomando la decisión de vender su cuerpo forzadas por muchos condicionantes", dice.

Una opinión que comparte Del Río, que llama la atención sobre la circunstancia de que la tolerancia del fenómeno es fundamentalmente hacia el cliente, al que no se critica (o cada vez menos) ni observa de manera negativa. Por el contrario, a la prostituta se la continúa viendo como alguien excluido de la sociedad.



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