La otra prostitución

La otra prostitución

La trata de esclavos sexuales saca a los gigolós a la luz

Un trabajador del sexo en las Ramblas, en Barcelona.
JORDI SOTERAS

La red de jóvenes brasileños esclavizados que se ha desmantelado en Madrid destapa una realidad desconocida, la de la la prostitución masculina. El término abarca dos mundos muy distintos: el de los chaperos que abundan en las zonas de ‘cruising’ gay y el de los acompañantes de lujo para mujeres, que cobran hasta 6.000 euros.

Llevaba prostituyéndose tres semanas para sus proxenetas. Estaba disponible las 24 horas al día para prestar cualquier servicio sexual a otros hombres. Una litera en una habitación de 5m2, compartida con otras cuatro personas, era el lugar de reposo de este joven, brasileño de tan sólo 16 años, en un piso del centro de Madrid.

Él es una de las cinco últimas víctimas liberadas de la primera red de trata de hombres para su explotación sexual detectada por la Policía Nacional en España. Ya son 19 los detenidos y 85 los chicos liberados.

Con la operación se ha revelado el mundo oculto de los hombres que venden su cuerpo. Son jóvenes a los que sus prendas no delatan, inmigrantes e invisibles. En España hay unos 4.000 hombres ejerciendo la prostitución, 1.000 de ellos sólo en la capital. La explotación sexual y el sometimiento les era hasta ahora algo ajeno. “La relación con sus clientes, también hombres, es más equilibrada. El chico decide cuándo, cómo y qué. Si no quiere no lo hace. No es una relación basada en el poder”, explica Ramón Esteso, coordinador de Inclusión Social de Médicos del Mundo.

El perfil del gigoló o chapero –vocablos detestados y reivindicados por igual– es el de un joven de entre 20 y 30 años, latinoamericano y sin papeles. El 70% de ellos no se identifica como homosexual. Son los esclavos de la necesidad. Aunque, a diferencia de las mujeres, la mayoría ve una salida cercana. “Es una salida a corto plazo para los sin papeles, por el desarraigo, las deudas...”, explica Esteso. Sus servicios son más caros que los de las mujeres, entre 120 y 300€ la hora en pisos, 60 euros un servicio en la calle. Los brasileños son los más numerosos, seguidos de colombianos y ecuatorianos. Ejercen la prostitución en pisos compartidos con travestis, clubes, apartamentos, saunas... Las calles son feudo de los más jovenes, magrebíes y del Este, sobre todo rumanos y búlgaros. Los africanos recurren a su cuerpo en ocasiones esporádicas, durante pocos días seguidos.

El fenómeno del cruising –puntos de encuentro callejeros donde los hombres buscan sexo esporádico– les ha proporcionado más clientela. Los españoles son los menos, aunque según los datos de la Fundación Triángulo, se han triplicado desde el comienzo de la crisis. Ellos se refugian en internet, lejos del estigma de homosexualidad y prostitución. “El componente de secretismo es mucho mayor en los hombres que en las mujeres”, señala Esteso.

El mutismo lo comparten con sus clientes. “Pocas veces se encaprichan deun chico, sonhombres casados o de vacaciones que buscan sexo rápido y discreción”, explica Esteso. La realidad de estos profesionales del sexo casi siempre va acompañada de drogas. “Tienes 20 años y entra un señor de 76... Los chicos buscan animarse de cualquier manera, y el cliente muchas veces pide alcochol y cocaína. Si reciben cinco clientes en una noche y día tras día, se crea una dependencia”, señalan los expertos. La mayoría terminan siendo compañeros de la viagra y el popper, un dilatador de los esfínteres.

Las cifras de la prostitución masculina

El 20% de los trabajadores del sexo dan positivo en las primeras pruebas del VIH cuando comienzan a ejercer, mientras que en el caso de las mujeres no llegan al 1% de positivos.

El 80% de las clientas de la primera web de contactos ‘scort’ hombresdelujo.com, tienen entre 25 y 35 años que pagan hasta 400 euros por una hora de “experiencia exclusiva y de lujo”.

El 50 % de los beneficios que ganan los hombres que ejercen en pisos se entrega a los dueños de los mismos. Les da derecho a una cama para dormir y poco tiempo libre.

Cuatro personas suelen estar en los pisos, como máximo. La red desarticulada los cambiaba de piso cada 21 días, cuando los chicos se ‘quemaban’, es decir, eran ya conocidos por los clientes.