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Madres desde el locutorio
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Madres desde el locutorio
Aprendieron a usar internet para estar en contacto con sus hijos y siguen llamándoles por apelativos cariñosos, que hacen menos fría la teleconferencia. Desde lejos apoyan y aconsejan, pero también reprenden y castigan. A veces, hasta ayudan con los deberes. Así es educar con muchos kilómetros de por medio.
Son mujeres, inmigrantes y viven lejos de sus hijos. En España, el 46,58% de la población extranjera es femenina, pero en las estadísticas oficiales no figura qué porcentaje son madres a distancia. Como aproximación, un estudio de Red Acoge de diciembre de 2007, Análisis diagnóstico psicosocial de mujeres inmigrantes, detalla que un 78% de ellas tienen hijos y que, entre las madres, el 71% ha vuelto a su país de origen o ha reagrupado a sus hijos en el de acogida. De aquí se deduce que un 29% de madres extranjeras lo es por teléfono o internet. Una realidad poco visible y que tiene dos ángulos.
Visto desde allí
La ONG Entreculturas acaba de presentar el informe Madurar sin padres. Casi 300 escuelas bolivianas del sistema Fe y Alegría sirvieron de campo de la investigación. En ellas, el 10% de los alumnos tiene a sus padres en otro país. El estudio reveló que, contra lo que se cree (y sus profesores son los primeros en denunciarlo), el rendimiento escolar de estos niños no dista mucho del de sus compañeros: es sólo un 1% inferior. Además, "son más maduros, más responsables y más participativos, pues tienen una ventana abierta al exterior", según Cristina Manzanedo, responsable del estudio.
La separación familiar suele durar más de cuatro años, y en este periodo se aprecia una evolución. "Al principio el niño desea el retorno de su madre, se pregunta si la tratarán bien", comienza Manzanedo. El primer año, un 73% aspira a que vuelva, pero en el tercero este porcentaje baj a al 60% y aumentan las ganas de migrar con ellas.
Visto desde aquí
Verónica Calderón, presidenta de la asociación Fusionarte y a punto de presentar un proyecto sobre familias transnacionales, subraya una paradoja: "Esas madres dejan a sus hijos para cuidar a los de otras mujeres por la incorporación de la mujer española al mercado de trabajo". El peligro, para ella, está en los remordimientos de conciencia: "Temen que acaben llamando mamá a la abuela y a veces intentan compensar su culpa con nintendos y zapatillas, otras veces las remesas se emplean mal y se convierten en subsidios".
La pedagoga Nora Rodríguez, autora de Educar desde el locutorio (Plataforma) usa el tér- mino "familias de techo abierto" y define a estas mujeres como "emprendedoras que decidieron iniciar un viaje sin saber qué iba a ocurrir, en busca de una mejor vida para sus hijos". Rodríguez sigue: "Encontraron trabajo rápido en la economía sumergida, pero calcularon mal: creyeron que sus hijos podrían irse con ellas al año, y pasaron cinco...". Y acaba: "Las nuevas tecnologías hacen de cordón umbilical, pero no son suficientes. Muchas veces el reencuentro es también un redescubrimiento".
Leonor Lucila Fernández
42 años. Llegó desde Bolivia hace cinco años. Tres hijos
SEPARADOS POR LA INESTABILIDAD LABORAL
Mi esposo llegó primero a Madrid, y me animó a seguirle. En La Paz teníamos un restaurante, pero él veía que un sueldo no daba para pagar los estudios, la ropa, la comida... Tenemos tres hijos, dos mujeres de 22 y 9 años, y un varón de 15. Al principio lo pasaron mal, estuvieron con su abuela y su tía, y ahora están solos y más adaptados. Antes me pasaba el día pegada al teléfono, pero ahora a veces les digo "Mi niña, hasta mañana a la misma hora", y ella me contesta, "No mamá, mañana no puedo, que tengo examen". Mi hija es como una mamá pequeña. Yo trato de que esté ocupada para que aprenda, pero también para que piense menos y no se ponga triste. No los traemos aún a Madrid porque no tenemos trabajos estables. Mi esposo ha trabajado en 'parkings', con personas mayores, de camarero... Yo estoy acabando un curso. Mi esposo ha ido dos veces a La Paz, y seguramente vuelva ahora, a ver a su papá, que está enfermo. Yo tengo muchas ganas de verlos, son cinco años sin mi Maribel, mi 'Coco' y 'mi princesa', pero aguantaré un poquito más.
Verónica Torrez
30 años. Emigró de Bolivia hace tres años. Tres hijos
TRABAJAR DURO CON EL DESEO DE VOLVER A CASA
Me fui a Italia, hace tres años, para ganar dinero. Acababa de separarme, vendí mi casita de Santa Cruz y me marché sola. En Bolivia no tenía un mañana, sólo un hoy. ¿Qué sería de mí y de mis hijos? En Milán trabajé muchísimo, y en seis meses recuperé la plata de la casa. Y luego vine a Barcelona, donde ahora cuido a dos niños y hago la limpieza en otra casa. Aquí vivo con mi cuñada y mi primo, a los que no pago nada aunque debería. Cada día me levanto a las cinco de la mañana para ira trabajar, y vuelvo a casa sobre las 10 de la noche. Gano unos 800 euros al mes, de los que 250 se los mando a mis hijos-Rebequita, Anderson y madre y mi hermano menor. Y otros 100 euros se van en llamadas, porque cuando hay problemas hablamos casi a diario. Estar aquí es como vivir en una cárcel. Mi intención es irme pronto, no sé si a Italia o a Bolivia. Mis tres niños me necesitan mucho; les pedí que me esperaran tres años y ya no pueden más. Y criarlos aquí no tiene futuro. Ahora ahorro para hacerme mi propia casita en Bolivia y volver con ellos.
Nancy Llumiquinga
42 años. Llegó de Ecuador hace 10 años. Tres hijos.
VOLVIÓ Y SE ENCONTRÓ CON UN HIJO ADULTO
En Ecuador no ganábamos mucho dinero, así que decidimos venirnos a Valencia. Los boletos de avión eran muy caros, así que sólo pudimos traer con nosotros a mi hija pequeña, de un matrimonio anterior. Mi hijo Christian de 14 años, también de ese matrimonio, se quedó con sus abuelos. Él no quería que nos fuéramos. No quería estudiar y estaba triste. Luego lo fue comprendiendo. Nos costó encontrar trabajo, pero le enviábamos dinero cuando podíamos. No quería despreocuparme de él porque estaba en la adolescencia y necesitaba a su madre. Desde queme vine sólo lo he visto una vez, cuando él tenía 20 años. Estaba muy mayor y distante al principio. Ahora ya tiene 24 años y trabaja ayudando a su abuela en un restaurante. No quiere venir porque allá está su vida, y también la mía, aunque he tenido otro hijo en España. Cuando me dice que me echa de menos me duele el corazón. Es muy duro dejara un hijo allá. Aunque ya es mayor, aún me necesita. Sé que algún día volveré a Ecuador y nunca me separaré de él.
Lolita Melgar
36 años. Llegó de Bolivia hace tres años. Dos hijas
CONTAR HASTA 10 ANTES DE REÑIR
Briseli tiene 15 años y Brigitte 12. Cuando vine a Barcelona hace tres años, ya estaban bastante mayorcitas. Van a un buen colegio y estudian mucho. Yo me alegro de poder enviar lo que necesitan. La pequeña, por ejemplo, lleva ortodoncia, y eso no podría haberlo pagado si estuviese allí. Fui a verlas hace año y medio y hablo con ellas cada día desde el locutorio. A veces es difícil ser madre en la distancia. Si veo que me voy a enfadar por algo cuento a diez e intento calmarme antes de llamarles. ¡Si de pronto tienen un novio yo ya voy negra! O si me sacan un examen con una nota que no es la que yo quiero. Allí viven con una tutora y creo que entienden la situación, sobre todo la mayor. Lo que yo quiero es que me superen y que hagan todo lo que yo no pude hacer. Me gustaria que fueran a la Universidad, quizá aquí en España. Trabajo cuidando niños y personas mayores. No me resulta difícil estar con los niños de otras personas. Me dan mucha alegría, la que no me pueden dar mis hijas".
Gladys Cabrera
50 años. Llegó de Paraguay hace seis años. Dos hijas
RETORNO PARA SU GRADUACIÓN
En Asunción tenía un buen trabajo, en finanzas, pero me despidieron con 43 años y no es una edad fácil. Vine aquí movida por la diferencia de cambio, pero en el ámbito familiar fue muy doloroso: mi hija está enferma y mi madre es mayor. El 60% de lo que gano lo envío, y mi idea es volver cuando mis hijas, de 20 y 25 años, acaben la Universidad. Hablamos mucho para no perder la comunicación, desde medianoche, por la diferencia horaria, pero es inevitable perderla un poco, y cuando nos reencontramos tardamos en acomodarnos una semana. Es más duro separarse de los hijos que de los padres, por- que recordara los hijos es mirar al presente y al futuro. La distancia nos vuelve menos cluecas a las madres. Yo no les cuento todo lo malo. Callar no es mentir, sobre todo si es por evitar tragos amargos. Intento llevar las riendas desde lejos, porque no se puede delegar la formación en los abuelos. No he rehecho mi vida, aunque ellas me dicen de broma que les busque un 'papastro'.
Mariana Nedelcu
42 años. Llegó de Rumanía hace 10 años. Una hija
JUNTOS SÓLO EN VERANO DESDE HACE 10 AÑOS
Mi hija Alina Maria tiene 22 años y estudia una Ingeniería en Rumanía. Cuando mi pareja y yo vinimos a Madrid tenía 12 años, yeso es muy duro. Se quedó con mi suegra. Todos tenemos mucha confianza en ella y ella nos recompensa siendo educada, respetuosa y teniendo la cabeza sobre los hombros. Algunos chicos que reciben mucho dinero de sus padres desde pequeños dejan de estudiar. Ella suele venir en verano todos los años, habla español y chatea con los chicos de la asociación Romadrid, pero no insiste en venir. Dice que no sabe cómo aguantamos trabajando de la mañana a la noche y que prefiere decidir cuando termine su carrera. Yo también tengo carreras en Rumanía, pero eso no importa ya. Aquí trabajo en limpieza y en una lavandería. Una vez tuvimos un reencuentro raro, porque fue el hermano de mi marido a buscarle a un bar y le dijo que le tenía una sorpresa. Era mi hija. Yo le reñí, porque estábamos pensando en irnos por esas mismas fechas a Rumanía, le dije que tenía que avisar, por si no estábamos, pero al final la sorpresa salió bien.
Aprendieron a usar internet para estar en contacto con sus hijos y siguen llamándoles por apelativos cariñosos, que hacen menos fría la teleconferencia. Desde lejos apoyan y aconsejan, pero también reprenden y castigan. A veces, hasta ayudan con los deberes. Así es educar con muchos kilómetros de por medio.
Son mujeres, inmigrantes y viven lejos de sus hijos. En España, el 46,58% de la población extranjera es femenina, pero en las estadísticas oficiales no figura qué porcentaje son madres a distancia. Como aproximación, un estudio de Red Acoge de diciembre de 2007, Análisis diagnóstico psicosocial de mujeres inmigrantes, detalla que un 78% de ellas tienen hijos y que, entre las madres, el 71% ha vuelto a su país de origen o ha reagrupado a sus hijos en el de acogida. De aquí se deduce que un 29% de madres extranjeras lo es por teléfono o internet. Una realidad poco visible y que tiene dos ángulos.
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La ONG Entreculturas acaba de presentar el informe Madurar sin padres. Casi 300 escuelas bolivianas del sistema Fe y Alegría sirvieron de campo de la investigación. En ellas, el 10% de los alumnos tiene a sus padres en otro país. El estudio reveló que, contra lo que se cree (y sus profesores son los primeros en denunciarlo), el rendimiento escolar de estos niños no dista mucho del de sus compañeros: es sólo un 1% inferior. Además, "son más maduros, más responsables y más participativos, pues tienen una ventana abierta al exterior", según Cristina Manzanedo, responsable del estudio.
La separación familiar suele durar más de cuatro años, y en este periodo se aprecia una evolución. "Al principio el niño desea el retorno de su madre, se pregunta si la tratarán bien", comienza Manzanedo. El primer año, un 73% aspira a que vuelva, pero en el tercero este porcentaje baj a al 60% y aumentan las ganas de migrar con ellas.
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Verónica Calderón, presidenta de la asociación Fusionarte y a punto de presentar un proyecto sobre familias transnacionales, subraya una paradoja: "Esas madres dejan a sus hijos para cuidar a los de otras mujeres por la incorporación de la mujer española al mercado de trabajo". El peligro, para ella, está en los remordimientos de conciencia: "Temen que acaben llamando mamá a la abuela y a veces intentan compensar su culpa con nintendos y zapatillas, otras veces las remesas se emplean mal y se convierten en subsidios".
La pedagoga Nora Rodríguez, autora de Educar desde el locutorio (Plataforma) usa el tér- mino "familias de techo abierto" y define a estas mujeres como "emprendedoras que decidieron iniciar un viaje sin saber qué iba a ocurrir, en busca de una mejor vida para sus hijos". Rodríguez sigue: "Encontraron trabajo rápido en la economía sumergida, pero calcularon mal: creyeron que sus hijos podrían irse con ellas al año, y pasaron cinco...". Y acaba: "Las nuevas tecnologías hacen de cordón umbilical, pero no son suficientes. Muchas veces el reencuentro es también un redescubrimiento".
Leonor Lucila Fernández
42 años. Llegó desde Bolivia hace cinco años. Tres hijos
SEPARADOS POR LA INESTABILIDAD LABORAL
Mi esposo llegó primero a Madrid, y me animó a seguirle. En La Paz teníamos un restaurante, pero él veía que un sueldo no daba para pagar los estudios, la ropa, la comida... Tenemos tres hijos, dos mujeres de 22 y 9 años, y un varón de 15. Al principio lo pasaron mal, estuvieron con su abuela y su tía, y ahora están solos y más adaptados. Antes me pasaba el día pegada al teléfono, pero ahora a veces les digo "Mi niña, hasta mañana a la misma hora", y ella me contesta, "No mamá, mañana no puedo, que tengo examen". Mi hija es como una mamá pequeña. Yo trato de que esté ocupada para que aprenda, pero también para que piense menos y no se ponga triste. No los traemos aún a Madrid porque no tenemos trabajos estables. Mi esposo ha trabajado en 'parkings', con personas mayores, de camarero... Yo estoy acabando un curso. Mi esposo ha ido dos veces a La Paz, y seguramente vuelva ahora, a ver a su papá, que está enfermo. Yo tengo muchas ganas de verlos, son cinco años sin mi Maribel, mi 'Coco' y 'mi princesa', pero aguantaré un poquito más.
Verónica Torrez
30 años. Emigró de Bolivia hace tres años. Tres hijos
TRABAJAR DURO CON EL DESEO DE VOLVER A CASA
Me fui a Italia, hace tres años, para ganar dinero. Acababa de separarme, vendí mi casita de Santa Cruz y me marché sola. En Bolivia no tenía un mañana, sólo un hoy. ¿Qué sería de mí y de mis hijos? En Milán trabajé muchísimo, y en seis meses recuperé la plata de la casa. Y luego vine a Barcelona, donde ahora cuido a dos niños y hago la limpieza en otra casa. Aquí vivo con mi cuñada y mi primo, a los que no pago nada aunque debería. Cada día me levanto a las cinco de la mañana para ira trabajar, y vuelvo a casa sobre las 10 de la noche. Gano unos 800 euros al mes, de los que 250 se los mando a mis hijos-Rebequita, Anderson y madre y mi hermano menor. Y otros 100 euros se van en llamadas, porque cuando hay problemas hablamos casi a diario. Estar aquí es como vivir en una cárcel. Mi intención es irme pronto, no sé si a Italia o a Bolivia. Mis tres niños me necesitan mucho; les pedí que me esperaran tres años y ya no pueden más. Y criarlos aquí no tiene futuro. Ahora ahorro para hacerme mi propia casita en Bolivia y volver con ellos.
Nancy Llumiquinga
42 años. Llegó de Ecuador hace 10 años. Tres hijos.
VOLVIÓ Y SE ENCONTRÓ CON UN HIJO ADULTO
En Ecuador no ganábamos mucho dinero, así que decidimos venirnos a Valencia. Los boletos de avión eran muy caros, así que sólo pudimos traer con nosotros a mi hija pequeña, de un matrimonio anterior. Mi hijo Christian de 14 años, también de ese matrimonio, se quedó con sus abuelos. Él no quería que nos fuéramos. No quería estudiar y estaba triste. Luego lo fue comprendiendo. Nos costó encontrar trabajo, pero le enviábamos dinero cuando podíamos. No quería despreocuparme de él porque estaba en la adolescencia y necesitaba a su madre. Desde queme vine sólo lo he visto una vez, cuando él tenía 20 años. Estaba muy mayor y distante al principio. Ahora ya tiene 24 años y trabaja ayudando a su abuela en un restaurante. No quiere venir porque allá está su vida, y también la mía, aunque he tenido otro hijo en España. Cuando me dice que me echa de menos me duele el corazón. Es muy duro dejara un hijo allá. Aunque ya es mayor, aún me necesita. Sé que algún día volveré a Ecuador y nunca me separaré de él.
Lolita Melgar
36 años. Llegó de Bolivia hace tres años. Dos hijas
CONTAR HASTA 10 ANTES DE REÑIR
Briseli tiene 15 años y Brigitte 12. Cuando vine a Barcelona hace tres años, ya estaban bastante mayorcitas. Van a un buen colegio y estudian mucho. Yo me alegro de poder enviar lo que necesitan. La pequeña, por ejemplo, lleva ortodoncia, y eso no podría haberlo pagado si estuviese allí. Fui a verlas hace año y medio y hablo con ellas cada día desde el locutorio. A veces es difícil ser madre en la distancia. Si veo que me voy a enfadar por algo cuento a diez e intento calmarme antes de llamarles. ¡Si de pronto tienen un novio yo ya voy negra! O si me sacan un examen con una nota que no es la que yo quiero. Allí viven con una tutora y creo que entienden la situación, sobre todo la mayor. Lo que yo quiero es que me superen y que hagan todo lo que yo no pude hacer. Me gustaria que fueran a la Universidad, quizá aquí en España. Trabajo cuidando niños y personas mayores. No me resulta difícil estar con los niños de otras personas. Me dan mucha alegría, la que no me pueden dar mis hijas".
Gladys Cabrera
50 años. Llegó de Paraguay hace seis años. Dos hijas
RETORNO PARA SU GRADUACIÓN
En Asunción tenía un buen trabajo, en finanzas, pero me despidieron con 43 años y no es una edad fácil. Vine aquí movida por la diferencia de cambio, pero en el ámbito familiar fue muy doloroso: mi hija está enferma y mi madre es mayor. El 60% de lo que gano lo envío, y mi idea es volver cuando mis hijas, de 20 y 25 años, acaben la Universidad. Hablamos mucho para no perder la comunicación, desde medianoche, por la diferencia horaria, pero es inevitable perderla un poco, y cuando nos reencontramos tardamos en acomodarnos una semana. Es más duro separarse de los hijos que de los padres, por- que recordara los hijos es mirar al presente y al futuro. La distancia nos vuelve menos cluecas a las madres. Yo no les cuento todo lo malo. Callar no es mentir, sobre todo si es por evitar tragos amargos. Intento llevar las riendas desde lejos, porque no se puede delegar la formación en los abuelos. No he rehecho mi vida, aunque ellas me dicen de broma que les busque un 'papastro'.
Mariana Nedelcu
42 años. Llegó de Rumanía hace 10 años. Una hija
JUNTOS SÓLO EN VERANO DESDE HACE 10 AÑOS
Mi hija Alina Maria tiene 22 años y estudia una Ingeniería en Rumanía. Cuando mi pareja y yo vinimos a Madrid tenía 12 años, yeso es muy duro. Se quedó con mi suegra. Todos tenemos mucha confianza en ella y ella nos recompensa siendo educada, respetuosa y teniendo la cabeza sobre los hombros. Algunos chicos que reciben mucho dinero de sus padres desde pequeños dejan de estudiar. Ella suele venir en verano todos los años, habla español y chatea con los chicos de la asociación Romadrid, pero no insiste en venir. Dice que no sabe cómo aguantamos trabajando de la mañana a la noche y que prefiere decidir cuando termine su carrera. Yo también tengo carreras en Rumanía, pero eso no importa ya. Aquí trabajo en limpieza y en una lavandería. Una vez tuvimos un reencuentro raro, porque fue el hermano de mi marido a buscarle a un bar y le dijo que le tenía una sorpresa. Era mi hija. Yo le reñí, porque estábamos pensando en irnos por esas mismas fechas a Rumanía, le dije que tenía que avisar, por si no estábamos, pero al final la sorpresa salió bien.
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